Cuando estaba pequeña solía
escuchar a mi abuela decir, “…cuando sientas que Dios no te escucha tienes que
regañarlo” evidentemente no entendí esa frase hasta que estuve ya adolescente y
empezaba a sentir, no solo que Dios no me escuchaba sino que jugaba al ajedrez
mágico conmigo y con mis planes. Mi abuela es uno de los personajes que más
influencia ha tenido en mi vida, al principio con sus “cuentos de camino” como
ella los llama, que me hacían perderme y volar con medios pollitos, dragones y
fuertes y grandes guerreros que daban la casualidad de llamarse como cada uno
de mis tíos, luego fui creciendo y las historias reales se volvieron más
interesantes que las de fantasías, mi abuela era el mejor personaje que se
podría imaginar, nómada, madre de 7 hijos, esposa de un genio adelantado a su
tiempo, resilente, emprendedora, excelente cocinera y gracias a Dios mi abuela.
Después llega la época en la que creces y empiezas a darte cuenta de que además
de todas esas características es humana, con muchos complejos, resentimientos y
carencias y pasan muchos años para que llegues a entender que las personas
maravillosas tienen defectos, así como tú, y si no aprendes a quererlos entonces
te quedarás sin la persona y todo lo que tiene para darte con o sin defectos.
Me pareció necesario iniciar este
post de esa manera pues el tema central es la maternidad y, según mi criterio, no
existe mejor representación para esa palabra que mi abuela. Hay 2 maneras en
las que el mundo recibe la noticia de la maternidad, las demás son variantes de
esas principales. Alegría y decepción. Cuando me correspondió a mí dar la gran
noticia, la primera reacción de todos, en especial la mía, fue decepción, ¡Te
jodiste la vida! ¡Tan inteligente para unas vainas y brutica para otras! ¡20 en
todas las materias menos en educación sexual!
Fue la primera vez en la vida en
la que le di Gracias a Dios por ser gordita porque me daría unos cuantos meses
de gracia antes de verme forzada a decir “Estoy embarazada”. Desde el retraso
infinito hasta la prueba de embarazo casera (que tuvimos que leer las
instrucciones unas 10 veces para entender lo que significaban esas 2 rayitas
infernales), las naúseas, mareos, dolores de cabeza, antojos, cambios de humor,
hambre voraz, todo fue un completo desastre. Decirle a nuestros padres fue la
guinda de la torta, y cumplir 21 años 10 días después de confirmar la noticia
fue definitivamente LA TORTA.
Así me encontraba yo hace 30
semanas, deprimida, perdida, loca, preñada y regañando a Dios. Mi novio, que
para ese entonces era mi amigo con derecho desde hacía casi un año, es ahora el
padre de mi hija que está por nacer, mi pareja y la persona con la que me
gustaría pasar el resto de mi vida, me da miedo, me asusta y no estoy segura de
ninguna de las decisiones que tomo junto a él pero si algo me han enseñado esos
regaños a Dios (que ahora entiendo que son regaños a mi misma) que la vida
puede parecer millones de saltos al vacío, pero tengo la certeza de que Dios va
colocando las rocas que me permitirían caer en terreno fuerte.
Estoy a menos de 10 días de la
fecha aproximada que da el doctor para dar a luz, ya no tengo miedo, confío en
mí, en Dios, en la virgen y en las oraciones que todas las personas me envían
cada día, siento paz, aunque a veces me invaden preocupaciones absurdas que
sustituyo por pensamientos de amor para mi hija, María Lucía, la luz de mi
vida, estoy preparada para parir y dejarme invadir por ese sentimiento voraz y
abrasante que es ser mamá. Dios me permita disfrutarlo y me guíe para hacerlo
lo mejor que mis capacidades me lo permitan.
Esto va dedicado a todas las
mamás que me han enseñado y amado, en especial a mi abuela quien todavía me cuenta sus historias de realidad y fantasía. Feliz día de las madres atrasado.
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