El color de sus ojos, ese nuevo corte, el olor de su suéter cuando me lo acerca diciendo, con ese tono de voz que descoloca, ¿tienes frío?, ese caminar, la manera en que sus lentes se adaptan a su rostro, ese camisa que le queda tan bien, sus gestos, aquellos roces que sin querer nos hacemos, esos abrazos que sin él saberlo me llenan de pasión, aquel detalle que a veces tiene para conmigo sin siquiera darse cuenta, su manera tan torpe de andar, su personalidad alocada y descuidada, aquel sombrero que una vez se puso, sus pisadas que retumban en mi corazón, su mirada que me deja sin aliento, todo su ser, todo él me sofoca y me envuelve en otro de mis ataques de asma, respirar se hace difícil y controlar lo que digo, pienso, escucho y siento es toda una odisea.
Recuerdo aquella primera vez que nos vimos, yo con mi manera, siempre altanera, de ser te miré, descalificándote por supuesto, sin siquiera imaginar que yo luego moriría por ti, te presentaste y tu nombre me pareció gracioso y digno de burla, yo era popular y acercarte hasta mí y dirigirme la palabra, implicaba toda una proeza, eras y sigues siendo valiente para ese tipo de cosas. Ahora, en calma y analizando la situación veo que fue desde ese primer momento en que tus oscuros, penetrantes y cautivadores ojos enlazaron los míos, tus manos sujetaron con fuerza mi corazón, que sigue atrapado y encarcelado, dentro de ellas, y aunque duela debo admitir, que se siente terriblemente cómodo allí. En ese fatídico momento en que nuestras manos se estrecharon para sellar nuestra amistad, mi corazón y mi alma se unieron y confabularon para que yo enloqueciera por ti; te alejaste de mí y yo estuve perdida en mis pensamientos toda esa mañana sin saber por que. Tuve que esperar 1 año más para darme cuenta que aquello que sentía cada vez que estabas cerca de mí, aquello que me hacía invitarte a cada lugar que iba, aquello que me hacía querer estar siempre cerca de ti, aquel sentimiento indescriptible que me obligaba a quererte, aquel sentimiento que durante todo 1 año creí que se hacía llamar amistad, pero en realidad se apellidaba amor. Después de ese odioso descubrimiento que ocurrió en una de las tantas tardes que pasábamos hablando por horas junto a la ventana, en donde llegué a conocerte tan bien y tu llegaste a saber hasta el más íntimo de mis secretos, donde tu me confesaste tu amor por aquella que en secreto odio y yo lloré desconsoladamente por aquel que no vale la pena mencionar, ese terrible descubrimiento que me golpeó de frente en mi rostro y me dejó moretones imperceptibles, ese descubrimiento que cambió mi vida y no me deja en paz desde entonces, ese fue y sigue siendo hasta hoy el peor descubrimiento que pude hacer, yo me sentía tan feliz llamando a aquel sentimiento amistad y desde ese momento, mi vida fue sufrimiento, desilusión, rechazo e incomprensión, sin duda alguna, el amor duele que jode. Sin poder evitarlo mi manera de tratarte cambió, aquellas tardes se me hacían largas tratando de no incomodarte y de que no descubrieras lo mismo que yo, dejé de contarte muchas cosas pensando que sospecharías y me dejarías, y cuando tenerte tan cerca durante tantas horas y no confesarle a mi mejor amigo, que coincidentemente eras tú, que estaba enamorada me dolía y tuve que disminuir nuestras salidas al mínimo, sentiste mi ausencia, me llamabas implorando verme, aquello era aún más doloroso pues yo sabía, con seguridad, que tu no me amabas de la misma manera en que yo lo hacía. Nuestras salidas y reuniones se me iban buscando y recalcando cada uno de los muchos defectos que tienes, y aún así este sentimiento ardiente no dejó de quemar ni siquiera un poco; aún duele, unos días más que otros, espero con ansias el día en que me digas que me amas tanto que te duele estar conmigo, que deseas evitarme y quieres alejarte de mí para no sufrir, para yo luego responderte que desde hace ya 3 años quiero confesarle a mi mejor amigo que me enamoré de él.
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